Hay una fuerza que inevitablemente modifica algunas conductas. Una fuerza muy potente conectada con la adaptación cultural, el tiempo y el aprendizaje. Así ha pasado conmigo, he incorporado comportamientos que antiguamente nunca pensé iban a abordar mi carácter. Uno de ellos es la distancia física, algo reconocido internacionalmente, que se manifiesta en diferentes culturas en claros y medibles espacios personales. Que ‘simpático’ e inesperado -pensé-.
Estuve en una reunión familiar y también de fiesta con amigos. ¡Que frío estás Andresko! -me dijeron en varias ocasiones-, cuando los saludaba y abrazaba. He cargado mi actitud y mi carácter con un poquito de distancia, con un poquito de seriedad y sobriedad. Ni siquiera necesito revisar los libros, ya vivo la paradoja cultural o el shock de vuelta como algunos entendidos lo subrayan. Un simple acercamiento físico como un abrazo pasó de ser algo rutinario a algo escaso, difícil de sentir por las Europas. Qué lejos me siento de lo que solía ser, del Andresko que fue corriendo a abrazarte apenas me recogiste en el aeropuerto de Berlín cuando recién llegaba.
Hoy fui a reunirme con amigos con los que construyo un proyecto social para unir a las personas y cambiar el mundo, para unir por el futuro. Después de dos horas de reunión me di cuenta que había otra cosa, un punto de vista más pragmático, donde se dejan de lado las confusiones, complicaciones y las trescientas vueltas para explicar un punto de vista o lograr un acuerdo, donde mi carácter parece un poco más apresurado y mis reacciones categóricas y definidas. Que ‘simpático’ e inesperado -pensé otra vez-.
Punto importante en los altibajos culturales es la inconsciente alteración de la experiencia y de los espacios sociales. Así, en el país del Kuchen, proyectaba una imagen extrovertida, dispersa, divertida y cariñosa y aquí, casi parezco una estatua. ¡Del terror!! -me dije-. ¿Cómo ambas personas pueden sobrevivir dentro de mi mismo? La paradoja es muy razonable, pues simplemente me dedique a alterar los espacios sociales para hacerlos más similares a los entornos de Chile, buscando armonía y equiparando las distancias culturales para sentirme más cómodo y tener un mejor desempeño. Obviamente, también para dejar mi sello en ese mundo tan extraño y hacerlo mío, más latino.
Entonces, algunas de mis conductas se han tornado bastante ‘anglosajonas’ (como escuché una vez), pero el fuero interno sigue de pie y más potente. Sigue empujándome hacia la piscina de emociones proactivas, sentimientos de cambio y futuros alternativos, donde me encuentro libremente, desde toda mi historia y mi presente como un agente positivo o un bicho raro en medio de una sociedad somnolienta. Porque me aburre tanta desigualdad. Amanezco con unas ganas y una tenacidad implacables, a pesar de las fronteras y los espacios de desconsuelo. Sigo orgullosamente soñando y escribiendo. Aunque parezca menos Chileno que nunca, sigo siendo un astronauta.