Los secretos nos otorgan tranquilidad y seguridad. Sí, por la desconfianza con la que hemos de enfrentar el mundo. Los secretos son nuestra coraza de hierro y nuestro hogar, donde somos nosotros mismos. Pues este mundo nos deja intranquilos. Nos congoja la capacidad brillante que tenemos de encontrar fácilmente el lado oscuro, de observar como detectives de la vida y psicólogos de la mente las oscuras facetas de los hombres, del destino y hasta de la naturaleza.
Los secretos son esa puerta mágica al mundo perfecto. Pues en ellos guardamos las injusticias y nuestros ardientes deseos de llegar al Olimpo. A ese trono sagrado de pureza y armonía, donde las complicadas dimensiones de la existencia dejan el camino y parecen fantasmas de un pasado que ya no es. Porque lo perfecto es sinónimo de los simple. En ese mundo perfecto las diferencias pueden borrarse del pizarrón de la vida con un cerrar de ojos, porque ya no hace falta llorar por nuestros pecados ni reír por nuestras glorias, pues el espíritu se ha poblado de esa luz de equilibrio.
Los secretos son nuestra propia razón, pues es improbable encontrar la verdad verdadera. Es improbable que las cosas mejoren y lleguemos a ese anhelado balance majestuoso. Es improbable que lo posible sea posible y exista, cuando hemos visto la maldad misma con nuestra alma. Es improbable encontrar lo bueno, antes que lo malo, pues son los demonios quienes aparecen a simple vista, antes que la bondad, antes que el castigo. Es improbable ver la belleza sin al mismo tiempo sentir el mal olor de nuestros pecados.
Los secretos son una prueba, una prueba de sangre que debemos otorgar y recibir. En ellos reside lo más recóndito y oscuro de nuestro ser. Con coraje debemos enfrentarnos al examen vital de los secretos, pues con ellos podemos recorrer las cavernas clandestinas de nuestra mente y develar los misterios de nuestra existencia. Debemos mágicamente dejarnos caer y volcarnos hacia el extremo más infinito que nadie haya cruzado, para llegar al límite del ser y con esto encontrar nuestro propio límite y ver con claridad aquello que hace hervir la sangre.
Una vez que la prueba ha sido superada, hemos de verificar el poder de nuestra voluntad, hemos de apreciar la magia de la fantasía y el gozo de lo divino. Porque ya hemos caído en las profundidades, tal como lo han hecho muchos.
Hemos de caer en las tinieblas y en las crisis del destino para luchar con nuestros demonios y así poder resurgir en la luz, transformados en lo indestructible.