Las verdaderas revelaciones. Esas de película, no aparecen exactamente en momentos fantásticos, donde un cometa cruza el cielo, un asteroide impacta el planeta o un virus mortal extermina el 99% de la población. Por el contrario, nos conmueven y abrazan en el mejor de los momentos, cuando estamos en la cama. Estamos solos, miramos hacia afuera por la ventana, miramos los muros de nuestra habitación, los objetos que nos rodean y observamos desde nuestra soledad el silencio y la majestuosa realidad.
Es así como nuestra energía nos ha de develar los principios y finales ocultos de la vida. Ahí caemos en el verdadero darse cuenta. Más impactante aún, es que estas revelaciones nacen de nuestros propios actos, de pequeños recuerdos del pasado y de las personas a nuestro alrededor. Algunas de ellas, puras de corazón, tienen almas tan potentes y tan transparentes que nos ciegan y entramos a ciclos torpes de odio o desazón. Pero no hay mal que por bien no venga, luego hemos de caer en esa misma pureza y en la levedad del entendimiento. En el sentido que nos da sentido y cobra vida en nuestro interior. Claro, cada cuál tendrá su propio entendimiento y cada cuál deberá de alguna forma seguir su propio ritmo mágico de transformación.
El asunto no es cambiar al otro, como comúnmente se entiende, con una óptica negativa o visto desde el ego. Pues el ego no quiere que lo cambien, no quiere verse al espejo y descubrirse, sólo quiere escuchar al espejo decir bellas palabras sobre su esplendor. Sino entrar, o más bien, seguir el proceso misterioso de la vida. Esa evolución hacia estados más libres y profundos del ser, donde hemos de alejarnos del plano material y de nuestro ego, para acercarnos a nuestro corazón. Donde hemos de liberarnos de las cargas del pasado y de los anclajes intrascendentes de la vida cotidiana para mirar el mundo como una unidad en armonía.
De alguna forma hemos también de llegar a un entendimiento universal, porque…todo está conectado en este mundo (y en el otro) no? Somos un conjunto, una red que no necesita ni demanda esfuerzo alguno de conexión, porque hemos nacido y hemos de morir conectados, el uno con el otro hasta el infinito. Nuestras almas se acercarán o alejarán de vez en cuando para jugar, para regocijarse y acariciarse y para disfrutar esos felices momentos y esos pequeños detalles que hacen de la vida, la vida. Así basta tan sólo abrir nuestros corazones y experimentar la unicidad del universo para sentir el flujo armónico de la felicidad plena.