Te vi mientras cruzaba la segunda avenida, apareciste por ahí e iluminaste los pasos cansados de mis días, se esparció por mis venas y mi silencio un poquito de ti, de tu aroma y tus labios suaves.
No volví a cruzarme contigo hasta hoy, cuando llevaba un kilo de esperanza y unos cuantos gramos de alegría que conseguí a buen precio en el almacén de la esquina. Y claro, me trajiste demasiada locura y pequeñas bolitas de almidón para endulzar la mezcla.
Luego de hacer explotar la batidora salió ese niño, que no conseguí disfrutar tanto como tú, con tus celos fantásticos y la extremada cautela con la que lo llevaste por nueve meses en tu vientre amarillo…